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Arturo Bosque

PAJARO DE MAL AGÜERO

Por José-Luis Félez Soriano

 

Amigos míos:

Hace tan solo unas fechas os contaba mi sufrimiento ante la persecución  que me vi obligado a realizar de mi canario Rufino. Cada vez que lo pienso me asaltan más preguntas, lo veo como más extraño.... Tardé dos horas largas en volver desde que me fui a las 8. ¿A qué hora se largó él? Pienso que debió ser inmediatamente antes de mi llegada. Pero, no obstante, ¿bajó derechito desde el balcón o se posó sobre alguna rama de los árboles que hay ante la casa? ¿Cantó a los transeúntes? ¿O se limitaba a mirar a todos lados, extrañado ante unos horizontes sin rejas? Fuera como fuere, bajó con elegancia, aleteando, hasta posarse en el suelo con suavidad, sin pegarse ningún golpe que le hubiera, por lo menos, fastidiado la pata. Y lo que está claro es que no se puso nervioso. Debió gustarle. En la forma de trinar, sin llegar a ser canto rítmico, se le notaba. Estaba contento y retador. Los días siguientes desde aquel, os aseguro que vigilaba atentamente que la puerta no se quedara abierta. No estaba dispuesto a pasar otro trago amargo semejante...

Y, sin embargo, el que me tenía reservado hoy, mejor dicho, nos tenía reservado, ya que si en aquel suceso estuve solo, el de hoy lo he compartido con mi mujer, con quien regresaba de paseo. Estoy haciendo un esfuerzo importante para escribir estas líneas y comunicaros la triste nueva, porque los ojos se me nublan debido a unas impertinentes lágrimas. ¡Qué poco valemos los hombres ante lo mucho que vale un canario! Mi mujer se ha derrumbado, abatida, en el sofá. Sus lágrimas, silenciosas, eran mucho más abundantes y llamativas. Ya no nos interesaban las noticias que pudieran reservarnos el telediario, ni si en el Hospital Central curaban por fin al último paciente o si C.S.I. desvelaba la muerte violenta de Jhon, o las posibilidades que, al fin, tenía el Barça de adjudicarse la Liga. Ella seguía llorando, mientras yo, huyendo de la tragedia con la actividad, limpiaba la jaula.

Hay unos pájaros negros, cuya raza desconozco, que en su color llevan impresa la maldad que atesoran sin límites. Uno de ellos, se ha lanzado sobre la jaula, ha atemorizado al canario, le ha hecho perder, pobre, las medidas de sus palotes, las distancias más lejanas, los puntos más inaccesibles, y matándolo, ha sorbido su cabecita y sus entrañas.

Pienso que si le hubiera pasado el día que se escapó, hubiera muerto en libertad. Pero en ambos casos, yo me hubiera sentido culpable. Y en ambos casos, mi mujer y yo hubiéramos llorado.

 

                                                                              José-Luis Félez

 

De Sofía, mi hija:

 

Hola, papá.

 Espero que ya se te haya pasado el disgustillo del pájaro. La verdad es que Rufino, para ser un canario, ha llevado una vida excitante. A ver cuántos pájaros pueden decir que han vivido en Madrid, en Zaragoza y en Cabañas de Ebro. Y que se pasearon por el Actur, que quisieron comer en un chino y que su dueño escribió su hazaña para la posteridad.

Y además, ya domesticado y con una vidorra que para qué. Al próximo tendremos que seguir educándolo en la misma línea, que con este ha salido muy bien.

Y, bueno, aguzaremos la imaginación a ver cómo podríamos conseguir proteger a los canarios de los otros pajarracos asquerosos.

En fin, la vida, que es cruel a veces, y no solo con las personas...

¡Qué pena! A mí también se me escapó alguna lágrima mientras hablaba contigo e intentaba quitarle importancia. Pero, y me reitero en lo que te he dicho, me parece que dentro de que no era libre, ¡ya quisieran los presos del mundo tanto amor y tantos cuidados y tantas aventuras en sus jaulas! Así que...

Un besazo, papi, y demos gracias a Dios porque nos ha regalado el consuelo de las lágrimas y la profundidad de las emociones, que el que es capaz de amar a un canario es el que es capaz de amar a los demás.

                                                                                 Sofía.