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Arturo Bosque

 TRINIDAD... AMOR... PAREJA... Por José Mª Alcover

 

La Trinidad es el núcleo de nuestra fe y de nuestra vida cristiana... Ya sé que, por desgracia, para mucho eso que llamamos “El Misterio de la Santísima Trinidad” parece un sobreañadido irrelevante y complicado, sobre el que no vale mucho la pena romperse la cabeza... Hay que creerlo porque así lo dice la Iglesia, y ¡ya está!.. Así piensan algunos cristianos.

Personalmente creo que los cristianos necesitamos urgentemente ir pasando de de la creencia en un Dios visto como “Ser Supremo”, a la vivencia de un Dios que es Amor;... ir pasando de venerar a un “TodoPoder”, para ir viviendo en el “TodoAmor”.

En realidad – y permitidme decirlo de un modo que puede parecer un poco chocante - los cristianos no somos gente que cree en “Dios” : No creemos en Dios simplemente como un Ser Supremo Abstracto... Sino que nos sabemos hijos amados del Padre;... amados y amantes en el Hijo encarnado en Jesús;... todo ello gracias al Espíritu Santo del amor, quien, desde dentro, en la raíz de nuestro ser nos asocia y nos hace participar en la alegría filial de ser amados por el Padre, y en el gozo de amar con ese amor filialmente recibido del Padre.

= Dios no es “Ser Supremo Todopoderoso”;... sino ¡AMOR!... Amor que impregna toda la realidad; y en particular la realidad de nuestro propio amor humano.

¿Qué es el amor?

Puesto que Dios es Amor, parémonos un momento, y veamos qué es eso que llamamos “amor”... Olvidémonos un instante de Dios, y veamos, aunque sea muy esquemáticamente, qué decimos cuando decimos “amor” :

1)                                                                    El amor es, ante todo, salir de sí mismo, para ir hacia el otro = el amor es “amar”...  // ... Pero el amor no se agota en el “amar”:

2)                                                                   El amor es también “ser amado”, dejarse amar... También eso es el amor...

3)                                                                   Pero aún hay más : Cuando alguien ama (es decir: sale de sí mismo hacia el otro), y cuando alguien se deja amar (es decir: acoge al otro que se le da), entonces es cuando el amor llega a realizarse plenamente en ese : “nos amamos”, que les lanza el uno hacia el otro y les une al uno con el otro.

= El amor es pues : - “amar” – “ser amado” – “amarse”...

Dios ES Amor

A partir de eso, que es la realidad de todo amor, volvamos ahora hacia Dios. A Dios que, según los cristianos, ES AMOR... (Lo que voy a decir, sólo son palabras humanas, muy pobres y limitadas, incapaces de encerrar o de expresar el insondable Misterio de Dios. Pero que quizás nos puedan servir como muletas para entrar en ese Misterio... Como tales os las ofrezco, por si a alguno le sirven... Si no, ¡olvidadlas!)

1)                        El amor –decíamos- es, en primer lugar : “amar”... = El “Absoluto y Eterno Estar Amando”, ese es el “Padre” : El que está eternamente amando. Ese es y en eso consiste el Padre : en “Estar Amando”...

2)                      El amor –decíamos- es también “ser amado”... = El “Absoluto y Eterno Estar Siendo Amado”, ese es el “Hijo”: El que está eternamente siendo amado. Ese es y en eso consiste el Hijo : en “Estar Siendo Amado”...

3)                      Decíamos también que el amor es “ímpetu y lazo”, que lanza el uno hacia el otro, y que une entre sí al amante y al amado... = El Absoluto, Eterno, Mutuo Ímpetu y Lazo que hace que el amante (Padre) y el amado (Hijo) puedan decir : “Nos amamos”, ese es y en eso consiste el “Espíritu Santo” : en lanzar y en unir en el amor al uno con el otro...

= En esa Plenitud y en esa Comunión de Amor que llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo, en eso creemos los cristianos (Y no en una especie de Ser Supremo abstracto)... Y en esa Comunión de Amor vivimos, nos movemos y existimos (como dice San Pablo en Hch 17,28).

Estamos zambullidos en esa Comunión de Amor

Y eso es lo maravilloso de todo este asunto : Que ese insondable Misterio de Comunión en el Amor, no nos es ajeno... Nosotros estamos ahí. Nosotros y el Universo entero estamos ahí... Zambullidos; englobados; integrados en esa Comunión de Amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo...

Y concretando todavía más : Nosotros estamos, precisamente, en el Hijo = a) Como él y en él (que es el Eterno Estar Siendo Amado por el Padre), nosotros somos amados personalmente por el Padre Dios (que es el Eterno Estar Amando);... y porque amados, b) como el Hijo, nosotros somos capaces de amar, con el amor que recibimos del Padre... Todo ello, gracias a la acción del Espíritu Santo del amor, quien, - a nosotros como al Hijo -, desde dentro, desde la raíz de nuestro ser, nos lanza, nos abre, nos une al Padre Amante. Nos asocia al Hijo y nos hace participar en su alegría filial de ser amados por el Padre, y en su gozo de amar con ese amor filialmente recibido del Padre.

Los cristianos no somos mejores ni más amados que los demás... Pero hemos tenido la suerte de descubrir la profundidad del misterio de nuestro ser... Todo ser humano está zambullido en esa Comunión de Amor Trinitario... Los cristianos tenemos la suerte de haber caído en la cuenta de ellos, gracias a Jesús... Y por consiguiente, tenemos la suerte de poderlo vivir conscientemente, con mayor gozo, y con mayor intensidad...

       Todo nuestro ser y todo nuestro vivir está impregnado por esa realidad de la Comunión de Amor Trinitario, en la que estamos englobados.

       Todo nuestro ser y todo nuestro vivir... Y muy especialmente vuestro ser y vuestro vivir en pareja como matrimonio.

       Permitidme decir también unas palabras muy esquemáticas sobre este aspecto particular : Y es que en vuestra pareja, en el amor que vivís como pareja, vivís el misterio de la Trinidad...

Amáis,... englobados y llevados por la Trinidad

1º = Amando a tu pareja, tú estás siendo cauce del amor con que el Padre Dios la está amando; tu amor es transparencia, manifestación, encarnación del amor con que el Padre Dios la está amando... Eso y no otra cosa significa el decir que vuestro amor es “sacramento” : signo visible de la realidad invisible...

2º = Amando a tu pareja, tú la estás haciendo ser, la haces vivir, la estás como engendrando,... a al manera como el Padre está engendrando al Hijo...

Por eso me atrevo a decir que vuestro primer y principal hijo, no son los hijos que figuran en vuestro libro de familia o en el registro civil. Vuestro primer y principal hijo es vuestra pareja...

3º = Tu amor a tu pareja – como acabo de decir – es reflejo y cauce del amor del Padre Dios; ese amor, siendo como es “encarnación” del amor del Padre Dios, está engendrando y filializando a tu pareja... Pues bien, eso es posible porque, desde la raíz de tu propio ser, el Espíritu Santo del amor es quien está haciendo posible y fecundando tu propio amor : ese amor que le tienes a tu pareja...

= Así que el amor con que amáis a vuestra pareja está siendo llevado y está integrado en el Amor Trinitario que es Dios...

Sois amados,... englobados y llevados por la Trinidad

Por otra parte, también ese amor con que estáis siendo amados por vuestra pareja está impregnado por el Amor Trinitario.

1º = Acogiendo el amor de tu pareja estás acogiendo el amor que te tiene el Padre Dios; disfrutando de ese amor estás disfrutando del Amor del Padre Dios... ¡Ahí es ná!... Pero ¿te has enterao?...

2º = Acogiendo gozosamente el amor de tu pareja estás participando en el gozo y la alegría del Hijo, quien es puro gozo y pura alegría de saberse amado por el Padre Dios...

3º = Todo eso, gracias al Espíritu Santo, que está ahí, constantemente con vosotros, abriendo vuestro corazón a todo ese amor que recibís, para que lo acojáis y lo viváis gozosamente...

Es verdad que vivir el amor de pareja a esta profundidad, no siempre es fácil ni evidente... Pero ahí está el Espíritu Santo, quien, desde la raíz más profunda de nuestro ser, nos va “trabajando” poquito a poquito; y nos va resituando constantemente, a pesar de nuestros fallos, para que esa nuestra realidad más profunda y auténtica se vaya haciendo efectiva en nuestro vivir de cada día.

El Espíritu Santo (: ímpetu y lazo de amor) está trabajando desde dentro de nosotros mismos, para que, como el Hijo, podamos vivir la alegría de ser amados, y el gozo de amar,... acogiendo el amor del Padre y regalando ese amor, en y a través de todo nuestro amor humano... Y de un modo muy particular, en y a través de vuestro amor de pareja...

Todo nuestro ser y todo nuestro vivir están englobados, están integrados, participan de esa Comunión de Amor que llamamos Padre, Hijo, y Espíritu Santo... La Trinidad no es un simple dogma abstracto que hay que “creer” sin tratar de entender. Al contrario : La Trinidad hay que “vivirla”, ya que es la verdad más profunda de nuestro propio vivir; la realidad más auténtica, en la que estamos zambullidos y por la que estamos llevados...

Y perdonad si en esta charla sólo he sido capaz de aburriros... Lo aburrido no es la Trinidad; lo aburrido soy yo, que no he sido capaz de transmitiros toda su belleza... Ojalá al menos a alguno le entren ganas de entrar en este Maravilloso Misterio, que es el núcleo de nuestro vivir cristiano.

José María Alcober

De los Misioneros de África PB

 

 

 

 

 

OTRAS REFLEXIONES SOBRE LA TRINIDAD

 (a partir de algunos textos de Pagola)

 

 

Dios Comunión de Amor... desde nuestra vivencia del amor

 A lo largo de veinte siglos de cristianismo, grandes teólogos han escrito estudios profundos sobre la Trinidad, tratando de pensar conceptualmente el misterio de Dios. Sin embargo, ellos mismos dicen que, para saber de Dios, lo importante no es «discurrir» mucho, sino «saber» (en el sentido de “sapere”: “saborear”) algo del amor.

La razón es sencilla : Dios es Amor.... No “Ser Supremo”, no una realidad fría e impersonal, no un ser (por muy “supremo” que sea) triste, solitario y narcisista. A Dios no hemos de imaginarlo como poder impenetrable, encerrado en sí mismo.... DIOS ES AMOR, vida compartida, amistad gozosa, diálogo, entrega mutua, abrazo, comunión de personas.

A ese Dios que es Amor, lo tocamos, (mejor: lo vivimos) cuando experimentamos y vivimos la realidad del amor... Siempre que sentimos necesidad de amar y ser amados, siempre que sabemos acoger y buscamos ser acogidos, cuando disfrutamos compartiendo una amistad que nos hace crecer, cuando sabemos dar y recibir vida, estamos saboreando el «amor trinitario» de Dios. Ese amor que brota en nosotros proviene de él.

Por eso, el mejor camino para aproximarnos al misterio de Dios no son los libros que hablan de él, sino las experiencias amorosas que se nos regalan en la vida. Cuando dos jóvenes se besan, cuando dos enamorados se entregan mutuamente, cuando dos esposos hacen brotar de su amor una nueva vida, están viviendo experiencias que, incluso cuando son torpes e imperfectas, apuntan hacia Dios.

Quien no sabe nada de dar y recibir amor, quien no sabe compartir ni dialogar, quien solo se escucha a sí mismo, quien se cierra a toda amistad, quien busca su propio interés, quien sólo sabe ganar dinero, competir y triunfar, ¿qué puede saber de Dios?... Quizás pueda tener “creencias” con respecto a un “Ser Supremo”; pero poco sabrá del Dios que se nos revela en Cristo como AMOR.

Por otra parte, quien vive el amor desde Dios Comunión de Amor, aprende también a reconocer y a acoger  con alegría el amor que se le regala, aprende a dejarse amar gozosamente;... y aprende también a amar gratuitamente a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede entregar su vida para construir un mundo más amable, más humano, y por consiguiente más digno de Dios. Y lo puede, porque se sabe llevado por esa Comunión de Amor que es Dios.

Dar. Acoger. Intercambiar vida y amor.

Desgraciadamente, la Trinidad no representa nada realmente decisivo en la vida de muchos cristianos.

Su fe gira en torno a dos polos: Por una parte, un Dios lejano, más o menos indefinido, al que se teme o invoca en las situaciones límite. Y por otra, ese Jesús más o menos conocido del que hablan los evangelios.

Si por un imposible, la Trinidad fuera eliminada un día de la doctrina cristiana, nada cambiaría en su corazón ni en su vida.

La Trinidad les resulta una idea extraña y oscura. Una especie de "teorema” religioso para entretenimiento de teólogos desocupados pero sin incidencia alguna en la vida práctica.

Sin embargo, es el Dios trinitario cuya imagen llevamos impresa en nuestro propio ser, quien fundamenta la estructura más profunda del hombre.

Dios es Padre, es don, comunicación, fuente de vida. 

Dios es Hijo, es acogida,... y respuesta agradecida, amorosa. 

Dios es Espíritu, es intercambio de vida, comunión y diálogo de amor.

Dar. Acoger. Intercambiar vida y amor. Ese es Dios... Y por eso, esa es la realidad más profunda que se encierra en el ser humano, “imagen y semejanza de Dios”.

Siempre que amamos con ternura y hacemos nacer la vida a nuestro alrededor,... siempre que somos amados con respeto y acogemos en nosotros ese amor o amistad,... siempre que compartimos e intercambiamos vida, estamos saboreando el amor trinitario del que brota nuestro verdadero ser.

Lo sepa o no, el hombre, para ser plenamente humano, necesita amar, ser amado y compartir amorosamente la vida.... Es decir : Necesita Vivir la realidad de la Comunión de Amor Trinitario.

Por ello, quien viva sólo para sí, en actitud narcisista, en la pura contemplación de sí mismo, no llegará nunca a ser humano.... Como tampoco lo será el autosuficiente que crea bastarse a sí mismo y no necesitar de nadie para vivir.

Pero las consecuencias son todavía más graves. Cuando marginamos a alguien excluyéndolo de nuestra amistad o solidaridad o arrinconándolo en la soledad o el desprecio, lo estamos deshumanizando... Y por consiguiente estamos traicionando nuestra fe en la Trinidad, Dios Comunión de Amor;... traicionamos nuestra fe, por mucho que sigamos confesando que creemos en Dios uno y trino

Cuando vivimos en actitud paternalista o de manera dominante y machista, estamos impidiendo que crezca a nuestro alrededor una vida verdaderamente humana... Y por consiguiente estamos traicionando nuestra fe en la Trinidad : Dios Comunión de Amor...

Confesar la Trinidad como fuente última de nuestro ser exige vivir de manera trinitaria, generando y acogiendo vida, en una actitud de intercambio amoroso y creador.

Creer y Vivir la Trinidad

El Padre (: Eterno “Estar Amando”) es el misterio insondable de amor que, amando, hace ser, da origen a todo lo que vive. Amando, Él es la fuente oculta que no tiene origen y de la que nace todo lo bueno, lo bello y misericordioso. En Él comienza todo lo que es vida y amor. El Padre no sabe sino darse y darse gratuitamente y sin condiciones. Él es así... Eterno “Estar Amando”... Y amando, Él está conduciendo todo a plenitud, a la victoria definitiva de la vida.

Creer en un Dios Padre es saberse acogido. Saberse amado... Dios me acepta como soy... Sólo quiere mi vida y mi dicha total. Mi plenitud como persona... Puedo vivir con confianza y sin temor. No conoceré la experiencia más terrible e insoportable para un ser humano: sentirse rechazado por todos, no ser aceptado por nadie. Dios es mi Padre. Nunca seré un extraño para Dios, sino un hijo, un amado.

El Hijo existe recibiéndose totalmente del Padre. Él es “Eterno Estar Siendo Amado”... Él es así. Pura acogida... Acogida del amor con que está siendo amado por el Padre,... amor acogido con el que puede responder amorosamente al Padre. Respuesta perfecta al Padre; y reflejo fiel del  amor que recibe y acoge del Padre... Por eso, no se apropia de nada. Recibe la vida como regalo y la difunde sobre nosotros y la creación entera... El Hijo es nuestro hermano mayor, en quien nosotros somos hijos participando de su propia filiación (de su propio “estar siendo amado por el Padre”)... Encarnado en Jesús, es el que nos revela el rostro verdadero del Padre y nos enseña a ser hijos como y en Él.

Creer en un Dios Hijo es saberse y vivirse como amado;... acoger el amor que nos es regalado gratuitamente por el Padre,... acogerse y vivirse a sí mismo como amado y acogido... Saberse acompañado (estamos en el Hijo; el Hijo está en nosotros). No estamos solos ante Dios, perdidos y desorientados, sin saber cómo situarnos ante su misterio. El Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir acogiendo y difundiendo el amor del Padre. Enraizados en él, que está Resucitado, no conoceremos la experiencia destructora de la soledad... Quien no sabe recibir amor, no sabe lo que es vivir. Quien no sabe dar amor, se muere... Ser hijo es acoger el amor y dar ese amor acogido..

El Espíritu Santo es comunión de amor del Padre y el Hijo, abrazo recíproco de amor, amor compartido, compenetración mutua. Él es así. Desbordamiento del amor, fuerza creadora y renovadora, energía amorosa que lo transforma todo.

Creer en Dios Espíritu Santo es saberse habitado por el amor. No estamos vacíos y sin núcleo interior, indefensos ante nuestro propio egoísmo. Nos habita el dinamismo del amor. Nuestro propio deseo de ser amados, y nuestra propia capacidad de amar están siendo fecundados por el Espíritu Divino del Amor... El Espíritu nos mantiene en comunión con el Padre y con el Hijo... A nosotros, como al Hijo y en el Hijo, Él nos hace vivir la alegría de ser amados;... y  Él nos hace capaces de amar gozosamente, como el Hijo y en el Hijo... De amarnos serenamente a nosotros mismos, de amar al mundo y a la vida, de amar a las personas que la vida va poniendo en nuestro camino, de amar al mismísimo Padre Dios... como el Hijo y en el Hijo... De amar comprometidamente en este mundo, para hacer de este mundo un mundo más fraterno, más humano,... impregnado e integrado en esa Comunión de Amor que es Dios Trinidad...

Dios Comunión de Amor = El ¡TodoAmor¡...

no el “TodoPoder”


Si por un imposible, la Iglesia dijera un día que Dios no es Trinidad, ¿cambiaría en algo la existencia de muchos creyentes? Probablemente, no.

Por eso queda uno sorprendido ante la confesión del P. Varillon: «Pienso que si Dios no fuera Trinidad, yo sería probablemente ateo... En cualquier caso, si Dios no es Trinidad, yo no comprendo ya absolutamente nada».

Personalmente, yo tengo la impresión de que la inmensa mayoría de los cristianos todavía no nos hemos enterado de que al adorar a Dios como Trinidad, estamos confesando que Dios, en su intimidad más profunda, es sólo amor, acogida, ternura... Sólo, única y exclusivamente Amor...

Es quizás la conversión que más necesitemos: el paso progresivo de un Dios considerado como Poder a un Dios adorado gozosamente como Amor... Más aún: necesitamos pasar de algunas de nuestras “creencias” sobre Dios, para vivir conscientemente integrados en esa Comunión de Amor Trinitario que es Dios, “en quien vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28) .

Dios no es un ser «omnipotente y sempiterno» cualquiera. Un ser poderoso puede ser un déspota, un tirano destructor, un dictador arbitrario. Una amenaza para nuestra pequeña y débil libertad.

¿Podríamos confiar en un Dios del que sólo supiéramos que es Omnipotente? Es muy difícil abandonarse a alguien infinitamente poderoso. Es mejor desconfiar, ser cautos, salvaguardar nuestra independencia.

Pero Dios es Trinidad. Comunión de Amor. Dinamismo de Amor... Y su omnipotencia es la omnipotencia de quien sólo es amor, ternura insondable e infinita. Es el amor de Dios el que es omnipotente... En cristiano, decir que Dios es omnipotente es decir que nada ni nadie le puede impedir ser y seguir siendo amor. Que nada ni nadie le puede impedir seguir amándonos. Que siempre, en todo lugar y en cualquier circunstancia estamos siendo llevados por esa Comunión de Amor que es Dios.

Dios no lo puede todo. Dios no puede sino lo que puede el amor infinito. Dios sólo puede amar. Y siempre que lo olvidamos y nos salimos de la esfera del amor, nos fabricamos un Dios falso, una especie de Júpiter extraño que no existe.

Cuando no hemos descubierto todavía que Dios es sólo Amor, fácilmente nos relacionamos con él desde el interés... o desde el miedo... Un interés que nos mueve a utilizar su omnipotencia para nuestro provecho. O un miedo que nos lleva a buscar toda clase de medios para defendernos de su poder amenazador.

Pero una religión hecha de interés y de miedos está más cerca de la magia que de la verdadera fe cristiana.

Sólo cuando uno intuye desde la fe que Dios es sólo AMOR y descubre fascinado que no puede ser otra cosa sino COMUNIÓN DE AMOR, presente y palpitante en lo más hondo de nuestra vida, comienza a crecer libre en nuestro corazón la confianza en un Dios Trinidad del que lo único que sabemos en Cristo es que no puede no amarnos.

Dios, discreto y humilde, porque sólo y exclusivamente AMOR

La fiesta de la Trinidad nos vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez : Dios sólo es Amor... y su gloria y su poder consiste sólo en amar. 

En otros tiempos, "Dios" fue una palabra llena de sentido para muchos hombres y mujeres. Hoy son cada vez más los que se avergüenzan de hablar de Dios de manera seria. Para muchos, Dios trae malos recuerdos. No interesa pensar en él. Es mejor «pasar» de Dios. 

¿Cuál es la raíz profunda de este «ateismo mediocre» que sigue creciendo en el corazón de tantos que, incluso, se llaman cristianos? Quizás, muchos de ellos han experimentado a Dios como alguien prepotente, tirano poderoso ante el que tenemos que defender nuestra libertad, rival invencible que nos roba la espontaneidad y la felicidad.

Aún con el riesgo de escandalizar a alguno, me atrevo a decir que tienen razón al desear matar y borrar de su corazón a este Dios indeseado,... y en realidad, gracias a Dios, ¡inexistente!... Y los cristianos tendríamos que alegrarnos de ello... Si lo rechazan (insisto : con toda la razón del mundo) es porque están secretamente convencidos de que es un ser prepotente que nos estropea la vida avasallando nuestra libertad.

No saben que ese Dios tirano y dominador contra el que, (a veces inconscientemente pero con toda razón), se rebelan, es un fantasma que no existe en la realidad.... La clave para recuperar de nuevo la fe en el verdadero Dios sería, para muchos, descubrir que Dios es amigo humilde y respetuoso.

Dios no es un ídolo satisfecho de sí mismo y de su poder. No es un tirano narcisista que se goza y se complace en su omnipotencia. Dios no grita, no se impone, no coacciona. Dios no se exhibe. No se ofrece en espectáculo. Son muchos los que se quejan de que Dios es demasiado invisible y no interviene espectacularmente en nuestras vidas, ni siquiera para reaccionar ante tantas injusticias... No han descubierto todavía que Dios es SÓLO AMOR... Y por consiguiente, discreto, y respetuoso hasta el final de la libertad de los hombres.... AMOR, no en un “allá arriba” abstracto; sino activo y presente en nuestro propio amor humano...

La fiesta de la Trinidad nos vuelve a recordar algo que olvidamos una y otra vez. Dios sólo es Amor,... y su gloria y su poder consiste sólo en amar. 

Para nosotros, la gloria siempre es algo ambiguo y nos sugiere renombre, éxito por encima de todo, triunfo sobre los demás, poder que puede con los otros... La gloria de Dios es otra cosa. Dios sólo es amor y, precisamente por eso, no puede sino amar. Dios no puede manipular, humillar, abusar, destruir. Dios sólo puede acercarse a nosotros para que nosotros podamos ser nosotros mismos... «La gloria de Dios consiste en que el hombre esté lleno de vida» como dice S. Ireneo. La gloria de Dios Amor, somos nosotros cuando somos amor a imagen y semejanza suya, llevados y vivificados por esa Comunión de Amor que es Dios según los cristianos...

Muchos hombres y mujeres cambiarían su actitud ante Dios si descubrieran que su idea de Dios es una «degradación lamentable» y si aprendieran a creer en un Dios humilde y respetuoso, amigo de la vida y la felicidad de los hombres, un Dios que no sabe ni puede hacer otra cosa que querernos. Un Dios quien, integrándonos en su Comunión de Amor, se hace visible en este mundo en y a través de nuestro amor humano. “A Dios nunca le ha visto nadie; pero si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y su amor se hace realidad en nosotros” (I carta de Juan 4, 12).

RECUPERAR UN SÍMBOLO

Los gestos simbólicos pueden ayudarnos a vivir la existencia con más hondura, pero, repetidos de manera distraída, pueden convertirse en algo mecánico y rutinario, vacío de todo significado vital.

Así sucede con frecuencia con esa cruz que los cristianos hemos aprendido desde niños a trazar sobre nosotros mismos y que resume toda nuestra fe sobre el misterio de Dios y sobre el espíritu que ha de animar nuestra vida entera.

Esa cruz es "la señal del cristiano" que ilumina nuestro caminar diario. Ella nos recuerda a un Dios cercano, entregado por nosotros. Esa cruz nos da esperanza. Nos enseña el camino. Nos asegura la victoria final en Cristo resucitado.

Pero ese gesto tiene un significado más hondo. Al hacer la cruz con nuestra mano, desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo hasta el derecho, consagramos nuestra frente, boca y pecho, expresando así el deseo de acoger el misterio de Dios Trinidad en nosotros y la trayectoria que queremos dar a nuestra vida.

Esto es lo que queremos: que los pensamientos que elabora nuestra mente, las palabras que pronuncia nuestra boca, los sentimientos y deseos que nacen de nuestro pecho, sean los de un hombre o mujer que viva "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

El gesto nos anima así a superar la dispersión de nuestra vida unificando todas nuestras actividades para vivir desde una confianza total en el Padre, siguiendo fielmente al Hijo encarnado en Jesús, dejándonos impulsar por la acción del Espíritu en nosotros.

Al mismo tiempo, este gesto realizado conscientemente en medio de una sociedad que va vaciando la vida de su grandeza y misterio, nos invita a vivir adorando el misterio trinitario de Dios, origen, fundamento y meta última de toda la creación, y dándole gracias por el don misterioso de la vida.

El creyente vive envuelto por este símbolo tan expresivo. Lo hacemos al comenzar la Eucaristía y al recibir la bendición final, al iniciar y terminar una oración, al bendecir la mesa, al empezar el día y al acostarnos. Si lo hiciéramos de manera consciente, podría ser un mensaje de alegría y salvación en medio de nuestra vida.

En esta fiesta de la Trinidad hemos de recordar que el misterio de la Trinidad no es un asunto para la reflexión exclusiva de los teólogos o la experiencia de los místicos. También un humilde creyente, alejado incluso de la práctica religiosa, puede elevar su corazón hasta Dios y santiguarse despacio en el nombre de la Trinidad, agradeciendo arrepentido su perdón y alabando gozoso su amor insondable.

J. A. Pagola

DIOS NO ES SOLEDAD

Creer en Dios no es simplemente imaginar una Potencia admirable y lejana de la que depende todo. Ni elaborar intelectualmente un gran ídolo que explique lo que nos parece inexplicable.

Para el cristiano, creer en Dios es aprender con Jesús y desde Jesús a vivir ante la Realidad última que nos sostiene, nos acoge y nos espera. Descubrir con gozo que no estamos solos. Que hay Alguien que nos defiende de irnos perdiendo sin remedio. Alguien que nos posibilita el llegar a ser ése precisamente que aspiramos poder ser desde lo más profundo de nuestro ser y en cuyo empeño fracasamos constantemente.

Pero, ¿cuál es el rostro de ese Dios, origen y destino último de todo nuestro ser? ¿Cómo dar contenido vivo a ese nombre de «Dios» que hemos escuchado desde nuestra niñez?

Los cristianos creemos que todos los caminos que recorren apasionadamente los hombres en su búsqueda de Dios pasan por uno: Jesucristo. Y es desde Jesucristo desde donde descubrimos que Dios es trinidad.

Dios, en su realidad más profunda, es una vida de comunidad. La comunión de tres personas que comparten la vida en plenitud.

Dios no es un ser solitario, vacío, frío, impenetrable, impersonal. Dios es vida compartida, amor comunitario, comunión de personas. Dios, en lo más íntimo de su ser, es apertura, diálogo, entrega mutua, donación recíproca, amor a otro. Dios es pluralismo en la unidad.

Creer en la Trinidad es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda vida es el amor compartido en comunidad. Estamos hechos a imagen y semejanza de este Dios. Y no descansaremos hasta que podamos disfrutar ese amor compartido y encontrarnos todos en esa sociedad en la que cada uno pueda encontrar su personalidad y felicidad plena precisamente en la entrega y solidaridad total con el otro.

Por eso, celebrar a la Trinidad no es pretender penetrar en la inmensidad de Dios y mucho menos resolverla con el «triángulo» divino. Celebramos a la Trinidad cuando descubrimos con gozo que la fuente de nuestra vida es un Dios Comunidad y cuando, por tanto, nos sentimos llamados desde lo más radical de nuestro ser a buscar nuestra verdadera felicidad en el compartir y en la solidaridad.

Celebramos a la Trinidad siempre que los hombres nos esforzamos, mucho o poco, por construir una sociedad en la que las personas vayamos aprendiendo a convivir, compartir y dialogar.

J. A. Pagola


DIOS NO SE ABURRE

Son bastantes los que, llamándose cristianos, tienen una idea absolutamente triste y aburrida de Dios. Para ellos, Dios sería un ser nebuloso, gris, «sin rostro». Algo impersonal, frío e indiferente.

Y si se les dice que Dios es Trinidad, esto, lejos de dar un color nuevo a su fe, lo complica todo aún más, situando a Dios en el terreno de lo enrevesado, embrollado e ininteligible.

No pueden sospechar todo lo que la teología cristiana ha querido sugerir acerca de Dios, al balbucir desde Jesús una imagen trinitaria de la divinidad.

Según la fe cristiana, Dios no es un ser solitario, condenado a estar cerrado sobre sí mismo, sin alguien con quien comunicarse. Un ser inerte, que se pertenece sólo a sí mismo, autosatisfaciéndose aburridamente por toda la eternidad.

Dios es comunión interpersonal, comunicación gozosa de vida. Dinamismo de amor que circula entre un Padre y un Hijo que se entregan sin agotarse, en plenitud de infinita ternura.

Pero este amor no es la relación que existe entre dos que se exprimen y absorben estérilmente el uno al otro, perdiendo su vida y su gozo en una posesión exclusiva y un egoísmo compartido.

Es un amor que requiere la presencia del Tercero. Amor fecundo que tiene su fruto gozoso en el Espíritu en quien el Padre y el Hijo se encuentran, se reconocen y gozan el uno para el otro.

Es fácil que más de un cristiano se «escandalice» un poco ante la descripción de la vida trinitaria que hace el Maestro Eckart: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre le ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las personas de la Trinidad, una de las cuales es el Espíritu Santo».

Y sin embargo, este lenguaje «hiperbólico» apunta, sin duda, a la realidad más profunda de Dios, único ser capaz de gozar y reír en plenitud, pues la risa y el gozo verdadero brotan de la plenitud del amor y de la comunicación.

Este Dios no es alguien lejano de nosotros. Está en las raíces mismas de la vida y de nuestro ser. «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28).

En el corazón mismo de la creación entera está el amor, el gozo, la sonrisa acogedora de Dios. En medio de nuestro vivir diario, a veces tan apagado y aburrido, otras tan agitado e inquieto, tenemos que aprender a escuchar con más fe el latido profundo de la vida y de nuestro corazón.

Quizás descubramos que en lo más hondo de las tristezas puede haber un gozo sereno, en lo más profundo de nuestros miedos una paz desconocida, en lo más oculto de nuestra soledad, la acogida de Alguien que nos acompaña con sonrisa silenciosa.

J. A. Pagola