Volver a la página principal
Arturo Bosque

 NO NACEMOS PARA MORIR... MORIMOS PARA VIVIR Por José Mª Alcover

 

 

 

CONTENIDO :

-          Introducción

-          Diálogo de dos gemelos antes de nacer

-          Mi fe

-          Dios = Amor Personal que nos hace ser y nos lleva a vivir en plenitud

-          Morir = Acabar de nacer

-          Nacimiento que concierne la totalidad de mi ser personal

-          El grano de trigo “muere” para germinar

-          ¿Cómo seremos al vivir en plenitud?

 

 

& La muerte es la cosa más segura que tenemos en la vida... Por mucho que queramos cerrar los ojos o ignorarla, la muerte está ahí. ¡Inevitable!... A veces, serena; muchísimas veces, dolorosa; trágica, incluso... En 35 años de África, yo he visto también muchas muertes injustas e injustificables,... y eso me ha hecho pensar mucho... ¡No queremos la muerte! (aunque en ocasiones parece como que la deseamos o que estamos tentados de desearla). ¡No podemos querer a la muerte!... Dios tampoco quiere la muerte: “¿Porqué habéis de querer morir?... Que no quiero yo la muerte del que muere!” (Ez 18, 31-32).

 

La muerte es, ha sido, y seguirá siendo un trance doloroso. Ya que la muerte es destrucción biológica; separación y ruptura de lazos humanos; etc. etc. etc.

            Este aspecto doloroso de la muerte no hay que ocultarlo ni disimularlo con falsos “piadosismos" artificiales, a veces baratos y superficiales... ¡Nos es doloroso morir!, ¡y nos es doloroso ver morir a las personas queridas!... Es normal y es humano. Y no debe extrañarnos que cuando la muerte nos visita de un modo u otro, esa experiencia nos desestabilice.

 

            Sería importante reflexionar sobre cómo vivir el dolor que provoca la muerte de un ser querido;... sobre cómo afrontar nuestra propia muerte...

Se podrían también estudiar las diferentes actitudes que los seres humanos tomamos ante la muerte, o examinar las diversas respuestas que, en las diferentes culturas, filosofías o religiones, se han ido dando a las inmensas preguntas que nos plantea la muerte...

Nada de eso voy a intentar hacer aquí y ahora.

 

Permitidme sólo y simplemente compartir con vosotros, aunque sea de un modo balbuciente, algunas destellos de luz que me iluminan desde la fe en un Dios que es Amor y sólo Amor... Muchas cosas quedarán por precisar y completar, ya que voy a intentar dar sólo las grandes líneas, y del modo más sencillo posible, sin entrar aquí en “pruebas” y precisiones más técnicas a nivel filosófico, teológico o bíblico. Si esto os sirve para algo, me alegraré.

            Y para empezar, un cuento que encontré ya no sé dónde :

DIÁLOGOS DE DOS GEMELOS ANTES DE NACER

Resulta que fueron concebidos dos gemelos... Pasaron las semanas y fueron creciendo. A medida que fueron tomando conciencia de sí, su alegría rebosaba:

- “Dime, ¿no es increíble que vivamos? ¿no es maravilloso estar aquí?”.

 Los gemelos empezaron a descubrir su mundo... Cuando cayeron en la cuenta que  a través de un cordón les llegaba el alimento, decidieron ponerle un nombre, y se les ocurrió llamarle “Madre”... Llenos de gozo exclamaron:

- “¡Tanto nos ama nuestra madre que comparte su vida con nosotros!”.

 Pasaron las semanas, luego los meses. Y fueron creciendo. Estaban a gusto... Pero siguió pasando el tiempo,... y se dieron cuenta de que las cosas estaban cambiando, que les faltaba espacio, que se sentían apretujados....

- “¿Qué significará esto?” –preguntó uno.

- “Esto significa –respondió el otro que pronto no cabremos aquí dentro. No podemos quedarnos aquí. He oído decir desde ahí fuera que tendremos que  nacer”.

- “No me vengas con cuentos, que a ti lo que te sobra es imaginación. ¡En ningún caso quiero verme fuera de aquí –objetó el primero: yo quiero quedarme siempre aquí¡”.

-  “Reflexiona. No tenemos otra salida –dijo su hermano... Además también he oído que nuestra Madre y nuestros hermanos nos están esperando ahí fuera. Seguro que ahí fuera viviremos mejor”

- “¿Cómo puede ser esto? –repuso el primero con energía. ¡Tú y tu imaginación! Nuestra madre es este cordón. Sin este cordón de la vida no es posible vivir... Además, si otros antes de nosotros han salido de aquí, ¿porqué ninguno de ellos ha vuelto a decirnos que ahí fuera se vive mejor?... ¡No, ahí fuera no hay nadie!... Y si hay que nacer, eso quiere decir que con el nacimiento se acabó todo¡. ¡Es el final del cuento!”.

 El otro guardó las palabras de su hermano en su corazón y quedó hondamente preocupado. También él empezaba a dudar. Pensaba:

- “Si todo se acaba con el nacimiento, ¿qué sentido tiene ésta vida aquí? No tiene ningún sentido... A lo mejor resulta que ni siquiera existe una Madre como siempre hemos creído. Hay un cordón, y ya está”.

- “Bueno; a lo mejor sí que debe existir –protestaba el primero, a quien también le entraban sus propias dudas–.¡Vete tú a saber!... De lo contrario, ya no nos queda nada”.

- “¿Has visto alguna vez tú a nuestra madre? –preguntó el otro. A lo mejor sólo nos la hemos inventado, porque no sabíamos explicarnos de otra manera nuestra vida aquí... Pero sin embargo existe ese latido sincopado y profundo que nos rodea siempre y que nos relaja y nos da paz”...

 Así, entre dudas y preguntas, sumidos en profunda angustia, transcurrieron los últimos días de los dos hermanos en el seno materno.

Por fin llegó el momento del nacimiento... Cuando los dos gemelos dejaron su mundo, abrieron los ojos y lanzaron un grito. Lo que vieron superó con creces sus más atrevidos sueños.

Hasta aquí el cuento.

 

Creo que es una gran suerte saber, - apoyados en la fe en Dios que es Amor -, que los seres humanos NO NACEMOS PARA MORIR,... ¡MORIMOS PARA VIVIR!... Saber esto, no resuelve todos los problemas ni da respuesta a todas las preguntas.. Pero es una grande y buena noticia... Personalmente, me siento muy afortunado de haberla escuchado... Por eso quisiera compartir con vosotros sencillamente algunos puntos de esa Buena Noticia.

 

MI FE

 

& El punto nuclear de mi fe es que Dios es Amor... Amor, que nos está amando personalmente a todos y a cada uno de nosotros, a cada persona;... Amor que está intentando enamorarnos y vivir una relación de amor con cada uno de nosotros... Precisamente porque nos ama, Dios Amor, con la fuerza de su Amor, nos está llevando a la plena realización de nosotros mismos y a nuestra total felicidad... Esa es mi fe.

Apoyados en esta fe, podemos esperar, y ya podemos entrever, que todo no se puede acabar con la muerte : ¡Ni la muerte puede poner punto final a ese amor personal que el Padre Dios nos tiene! (ver Rm 8, 35 s.)... Y la muerte tampoco puede truncar definitivamente nuestra aspiración y nuestro caminar hacia la plenitud de nosotros mismos y hacia nuestra felicidad,... ya que esa aspiración y ese nuestro caminar, en definitiva, están sustentados por la fuerza de ese Amor... (Ya los creyentes del A.T. presentían esto: ver por ejemplo Sal 16(15) etc.)

 

En Cristo, - cuya muerte es resurrección -, he tenido la suerte de descubrir que, efectivamente, esa esperanza no es vana. En la muerte resurrección de Cristo se nos hace patente nuestro propio destino (el destino de todo ser humano) : No nacemos para morir, sino que morimos para vivir;... como Cristo, muerto resucitado... Así que nuestra muerte es resurrección; nacimiento a la vida en plenitud... Como dice San Agustín: “En Cristo se realizó lo que para nosotros es todavía esperanza. No vemos lo que esperamos; pero somos el cuerpo de aquella cabeza en la que se hizo realidad lo que esperamos” (Ser. 157,3)... Si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos.

Y si, para nosotros como para Cristo, nuestra muerte es resurrección, esto es así porque el Padre Dios está ahí dándonos vida, llevándonos a la plenitud de la vida con el amor con que nos está amando... Contemplando a Cristo crucificado resucitado se nos revela que el Padre Dios, que aparentemente estaba ausente cuando asesinaron a Jesús, de hecho estaba allí amándolo. Y la fuerza de ese amor llevó a Cristo, a través de esa muerte no querida como tal, a la plenitud de la vida, a su resurrección... (Ver la meditación sobre la muerte resurrección de Cristo como “obra de amor del Padre”)... Pues bien : De la misma manera, en nuestra propia muerte, (en la muerte de todo ser humano), el Padre Dios está ahí con nosotros, (con cada ser humano), amándonos y “con-padeciendo” con nosotros nuestra muerte, como estuvo con Jesús cuando fue crucificado... Y la fuerza de ese amor con que somos amados por el Padre Dios, superando la muerte, nos lleva a nosotros (como a Cristo) a la plenitud de la vida... La muerte no es evitable. Pero la muerte es superada por el amor,... que es más fuerte que la muerte... Eso es lo que los cristianos tenemos la suerte de poder descubrir en Cristo muerto resucitado,... y que es verdad en cada ser humano. Porque en Cristo descubrimos que Dios es AMOR RESUCITADOR.

 

DIOS = EL AMOR QUE NOS HACE SER Y NOS LLEVA A VIVIR EN PLENITUD

 

& En África, por desgracia, me ha tocado ver muchos sufrimientos y muchas muertes injustificables... Debo confesar que eso me ha llevado más de una vez a rebelarme, no sería exacto decir que contra Dios, pero sí contra ciertas ideas sobre Dios que yo llevaba en mi cabeza... La contemplación de Cristo: el Inocente asesinado por los hombres pero resucitado por Dios, me ha ayudado –creo yo- a superar, purificar y (así lo espero) profundizar muchas de mis “ideas” sobre Dios... A descubrir a Dios como el Amor que nos hace ser y que, a través de todo (incluida la muerte), nos está llevando a vivir en plenitud... DIOS ES AMOR RESUCITADOR.

 

Dios, que es Amor y sólo Amor, ni quiere, y tampoco sería exacto decir que, pudiendo evitarlo, “permite” el sufrimiento de sus hijos (que somos todos y cada uno de los seres humanos). Al contrario: esos sufrimientos contradicen su Voluntad de vida y de felicidad para todos,... y ¡le duelen!... El Padre Dios tampoco mira nuestros sufrimientos desde “allá arriba”. Sino que, en cada momento, como la madre al pie de la cruz de su hijo (imagen del rostro materno y cercano de Dios), el Padre Dios que tiene corazón de madre nos está acompañando y está compartiendo nuestros sufrimientos... Estando ahí, no cesa de luchar para superarlos, con nosotros y en nosotros... Y, a fuerza de estar ahí con todo su amor, la fuerza de ese amor nos llevará a vencerlos y a llegar a nuestra plenitud de vida,... a pesar y a través de todo,... incluso la muerte...

 

Estamos demasiado acostumbrados a imaginar a Dios como “un Gran Señor que está allá arriba”... Si Dios fuera eso, Dios sería un muy pobre “dios”... Decimos, sí, que Dios puede “intervenir” y a veces interviene en este mundo para arreglar alguna cosilla, solucionar algún problemilla, hacernos un regalito... Pero ¿porqué no interviene en este caso, en que su intervención sería tan necesaria?, ¿o en aquel? (¡seguro que todos nos lo hemos preguntado alguna vez!);... ¿qué hace ante tal enfermedad, o ante tal muerte?... ¿Será Dios caprichoso?, ¿parcial?... A mí esa “idea” de Dios (“Gran Señor allá arriba” que, de cuando en cuando, “interviene” o “interfiere” en la marcha de este mundo) me parece muy pobre y limitada. Tiene más que ver con el “deísmo” filosófico que con el evangelio... Y hay que superarla...

 

& Puestos a “imaginar” a Dios, quizás fuera menos inexacto imaginar la acción de Dios en nosotros y su amor como si fuera esa levadura mezclada a la masa, que la va haciendo fermentar, la va haciendo crecer, la va convirtiendo en buen pan (ver Mt. 13, 33)... El amor con que el Padre Dios nos está amando constantemente y que impregna todo nuestro ser, es como esa levadura,... que nos está “trabajando”;... no de cuando en cuando sino permanentemente;... no desde fuera, sino desde dentro de nosotros mismos... Y ese Amor, - como un fermento -, suscitando y sustentando el crecimiento de nuestra propia libertad con la que nos hacemos a nosotros mismos, nos está llevando a la plena realización de nosotros mismos, a la plenitud de vida en todos los aspectos y en todas las dimensiones de nuestra persona,... superando todo lo que de “no vida” y de muerte hay en nosotros...

 

En nuestra experiencia humana podemos constatar que el “fermento” que nos hace ser, vivir, crecer como personas es... ¡el amor!... De ello tenemos experiencia todos: Por una parte, cuando nos sabemos amados, nos entran ganas de vivir, somos capaces de vivir y de ser nosotros mismos... Eso nos hace capaces también de amar. Y, amando es como nos sentimos verdaderamente realizados como personas... ¿No habéis experimentado nunca eso?... El amor es el fermento que nos hace ser y nos hace vivir, despertándonos a nosotros mismos desde dentro, vivificados desde dentro, animados desde dentro por ese amor...

Como cristiano, he tenido la suerte de caer en la cuenta de que Dios es Amor... Amor en Plenitud. Amor Personal. Comunión de Amor en sí mismo... Amor Originario, Radical... Y al mismo tiempo, Amor “fermento”, que está suscitando, despertando, fundamentando, impregnando y sustentando toda la realidad, (y muy particularmente todo el amor humano, que es “epifanía” de Dios Amor en este mundo)... Ese Amor es el “fermento” que, radicalmente, nos hacer ser, vivir, crecer... No sólo a nosotros: el Amor del Padre Dios penetra, impregna, empapa, vivifica todo lo que es, todo lo que existe, cada cosa, el universo entero... Por ese Amor existimos, podemos hacemos y ser nosotros mismos... Cada uno de nosotros; cada persona humana; el Universo...  Él es la raíz y la sabia de nuestro ser y de nuestro devenir...

Ese Amor que es Dios, no actúa desde fuera o desde “allá arriba”; sino desde dentro;... no actúa “interfiriendo” de cuando en cuando, o “tirando los hilos de las marionetas”; sino, como levadura en la masa, “despertando”, suscitando y sustentando de modo constante nuestro propio ser y ser nosotros mismos... Lo constatamos ya en nuestra propia experiencia humana: el amor “despierta” a la persona desde dentro, en su propio ser y en su propio hacerse sí misma... De manera análoga, el Amor Personal con que somos amados por el Padre Dios nos está “despertando” a nosotros mismos. Desde la raíz de nosotros mismos, nos está dando la energía de ser, de existir, de vivir, de crecer, de realizarnos, de llegar a plenitud... El Amor con que el Padre Dios nos está amando es como la fuerza secreta, radical, que nos hace ser y devenir; que hace posible que nos hagamos, y que lleguemos a la plena realización de nosotros mismos,... a la plenitud de vida y de felicidad... Cada uno de nosotros; cada persona humana; el Universo...

 

Nuestro Padre Dios es Dios de Vida : Lo que Dios quiere, y en eso está trabajando constante y permanentemente, es que “tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10, 10)... Amándonos, el Padre Dios nos hace vivir... Y ese amor que nos tiene el Padre Dios, no se acaba en el momento de nuestra muerte... Al contrario : En el momento de la muerte, el amor con que somos amados por el Dios de la Vida, nos “despierta” definitivamente a nosotros mismos,... para ser y vivir en plenitud, superando el aparente fracaso de la vida que es la muerte... Eso es lo que descubrimos en la muerte resurrección de Cristo : En nuestra muerte (necesidad biológica), el Padre Dios sigue estando ahí y nos sigue amando. Con la fuerza de ese amor con que nos está amando, nos está llevando a vivir en plenitud, nos está llevando a la plena realización de nosotros mismos como personas, nos está llevando a NUESTRA RESURRECCIÓN,... que es nuestro verdadero y definitivo despertar, verdadero y definitivo  nacimiento, en el que el ser humano llega a ser plenamente sí mismo...

Muerte que, como tal, lejos de ser querida por Dios, es obstáculo que nuestra finitud y nuestra debilidad le pone a su Voluntad de Vida... Pero obstáculo que es superado y vencido por la fuerza del amor con que somos amados... “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda a ninguno de los que me ha dado, sino que los resucite en el último día” (Jn 6, 39 s.); ver también Jn 5,21-29; etc.

 

            & Así que la muerte no es el final... Todo lo contrario : La muerte es el punto de partida del pleno florecimiento de todo nuestro ser. Nuestro verdadero y definitivo nacimiento. El trance a través del cual llegamos a ser plenamente nosotros mismos y a vivir en plenitud... Y eso es así, porque el Amor con que somos amados, está ahí, - como un fermento -, “trabajándonos” desde dentro, “despertándonos” a nuestra verdadera realidad, realizando su “obra de amor” en nosotros como la realizó en Cristo...

 

MORIR = ACABAR DE NACER

 

& Si me permitís decirlo con esta metáfora : El Padre-Madre Dios está ahí, como “gestándonos” para nuestra vida definitiva... (Dios: Seno materno que nos va gestando y dando a luz...)... Y en el momento de la muerte, Dios nos da a luz para nuestra vida plena y definitiva... Morir es... ¡acabar de nacer!...

 

«Muriendo -decía Franklin- acabamos de nacer»... Los primeros cristianos consideraban a la muerte como el “vere dies natalis” : el verdadero día del nacimiento, en el que la persona realiza plenamente su ser auténtico para siempre....

 

La muerte es semejante al nacimiento. Al nacer, la nueva criatura abandona la matriz que la alimentaba. Ella se sentía “tan a gusto” ahí... Pero poco a poco esa vida intrauterina se había hecho sofocante; y ahora resulta que ¡se siente empujada a salir de ahí!. ¿Para qué? : Pues para vivir una vida más plena y más autónoma; aunque esa criatura, ni lo sepa ni lo sienta así; ella no sabe que después de este paso le espera el aire libre, el espacio, la luz y el amor. Pasa por la crisis más penosa de su vida fetal : es empujada por todos lados, apretada, casi sofocada, y por fin arrojada fuera. No sabe que le espera un mundo más amplio que la matriz materna, lleno de anchos horizontes, en el que va a poder ser más sí mismo, viviendo una más amplia relación con el mundo y con los demás. Así nace: sin saber qué le está pasando....

Al morir, el ser humano atraviesa una crisis biológica semejante a la del nacimiento. Se debilita, va perdiendo el aire, agoniza, y es como arrancado de este mundo. No experimenta aún que va a irrumpir en horizontes mucho más amplios y vastos que los que está dejando; y que su capacidad y su aspiración a ser sí mismo será plenamente colmada, viviendo totalmente en el Amor y vivificado por él... Nos cuesta ver las cosas así. Pero esa es la realidad que descubrimos en Cristo muerto resucitado : al morir, el ser humano nace plenamente a sí mismo... Morir es acabar de nacer.

 

No morir, – decía ya Epicteto -, sería para el ser humano lo que es para la espiga no madurar nunca,... o lo que sería para el feto no nacer... Para el ser humano sería una desgracia insoportable el tener que vivir eternamente “esta” vida; “esta” vida, tan bella en tantos aspectos, pero tan problemática y llena de sufrimientos en tantos otros. (Muchas personas, desde las más sencillas hasta de las más sabias, lo sienten y lo dicen: “esta” vida, ni satisface ni puede satisfacer las aspiraciones que llevamos dentro). Y para muchas personas (tantos “desgraciados”, tantas víctimas, tantos y tantos sufrientes) sería totalmente injusto tener que vivir así,  sin llegar nunca a este definitivo nacimiento que es la muerte...

 

& Ese nacimiento que es la muerte tiene mucho de doloroso. Pero es nacimiento a la vida... “Por eso - como dice San Pablo - no desfallecemos, pues aunque por fuera vamos envejeciendo, por dentro nos rejuvenecemos día a día. En efecto, las leves tribulaciones de un momento nos traen como resultado una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente; y nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno” (2 Cor 4,16-18)... Como dice también San Pablo en otro lugar hablando de los sufrimientos de la vida y de la historia: tanto para el universo entero como para cada uno de nosotros, estos sufrimientos, en realidad, son los dolores del parto (ver Rm 8, 18 s.)... Parto doloroso, pero que da como fruto una vida más plena. Dice Jesús en Jn 16, 21 : “Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero cuando ya ha nacido la criatura, la madre se olvida del dolor a causa de la alegría de que un niño haya nacido al mundo. Así también, vosotros os angustiáis ahora, pero yo volveré a veros, y entonces vuestro corazón se llenará de alegría, de una alegría que nadie os podrá quitar”...

 

& Al final de la vida terrestre, en ese nacimiento definitivo, el ser humano deja detrás de sí un cadáver;... por seguir con la comparación: deja tras de sí la placenta... Es como el capullo que ha hecho posible la formación de la crisálida y de la mariposa. Ahora ya no tiene ninguna función ni ninguna utilidad para esa radiante mariposa... Según nuestra fe cristiana, no esperamos la revivificación de ese cadáver; tampoco creemos simplemente en la inmortalidad de nuestra alma... Lo que creemos y esperamos es nuestro definitivo nacimiento: el pleno florecimiento de nuestro ser personal en su totalidad, la total realización de nuestra realidad personal cuerpo-alma... Intentaremos decir algo de esto en las charlas siguientes...

 

NACIMIENTO QUE CONCIERNE LA TOTALIDAD DE MI SER PERSONAL

 

Permitidme hacer aquí un paréntesis un poco más técnico, pero que quizás nos pueda ayudar a entender un poco mejor esto y algunas de las cosas que dice la Biblia sobre la muerte y la resurrección =

En nuestra cultura europea (muy influenciada por la antigua filosofía griega) estamos acostumbrados a considerar al ser humano como un compuesto de dos partes separables : por un lado el “cuerpo”, y por el otro el “alma”. Es una terminología que quizás nos puede seguir siendo útil, y que tiene su parte de verdad si es bien entendida... Pero no hay que olvidar que, según el pensamiento bíblico, (y también en la mayoría de los pensadores modernos) el ser humano es visto más bien como una unidad total, material y espiritual a la vez... Hablando del ser humano la Biblia emplea diferentes palabras que ponen de relieve diversos aspectos de lo que es el ser humano; pero esas palabras no se refieren a partes distintas y separables que, una vez juntas, compondrían el ser humano; sino que califican a la totalidad de lo que es ese ser humano, subrayando en cada caso uno u otro aspecto de esa unidad que es el ser humano... Así por ejemplo la Biblia dice que:

- el ser humano es “carne” (en griego: “sarx”; en hebreo: “basar”) = se refiere al ser humano (todo el ser humano) en cuanto que es débil, vulnerable, carencial, sujeto al sufrimiento, a las tentaciones, al pecado, a la muerte... Así es el ser humano, todo el ser humano entero...

- el ser humano es “cuerpo” (“soma”  en gr. “basar” en hbr.)

= se refiere al ser humano todo entero, en cuanto que es visible y palpable; distinto y distinguible de las demás cosas, pero capaz de entrar en relación con el mundo y con los otros seres humanos... El ser humano, no sólo tiene cuerpo, es cuerpo...

- el ser humano es “alma” (“psijé” gr. “nefesh” hbr.)

= se refiere al ser humano en su totalidad (y no a una parte del ser humano), en cuanto que es ser viviente, en cuanto que tiene vida, y en cuanto persona que tiene consciencia de sí...

- el ser humano es “espíritu” (“pneuma” gr. “ruaj” hbr.)

= se refiere al ser humano en su totalidad, pero, - en contraste con “sarx” -, al ser humano en cuanto capacidad de interioridad personal (inteligencia, voluntad, libertad...) y en cuanto apertura a Dios que lo vivifica...

 

* A partir de eso, permitidme que precise algunas cosa: Esa vida en plenitud a la que nos va llevando el Amor con que somos amados, ese nacimiento definitivo a través de la muerte, no concierne sólo a lo que en nuestro lenguaje habitual llamamos nuestra “alma”, que –en el momento de la muerte- se escaparía del “cuerpo” para ir a vivir con Dios. No;... sino que concierne a toda nuestra persona en todos los aspectos de nuestro ser personal... No es sólo “mi alma” la que vivirá después de mi muerte; sino que soy yo el que viviré en plenitud... Soy yo quien, en mi muerte que es como mi parto, nazco definitiva y plenamente... porque soy yo - y no sólo “mi alma” - quien está siendo amado (y como engendrado y dado a luz) por el Padre Dios... Y yo no soy, ni un “cuerpo” ni un “alma”; soy una totalidad, corporal y espiritual a la vez; yo soy una persona, “cuerpoalma” (si me permitís hablar así)... La resurrección (en la auténtica concepción cristiana) no es la simple re-animación de un cadáver y la vuelta a la vida de un cadáver; tampoco es la simple inmortalidad del alma; sino el definitiva nacimiento, la plena y total realización del ser humano en su totalidad cuerpoalma,... vivificado en su totalidad por el amor con que está siendo amado por el Padre Dios...

(Y que el cadáver se quede ahí y se reintegre a la tierra, tiene poco que ver con esto... De todos modos, según dicen los biólogos, la materia de mi cuerpo se va renovando constantemente; de tal modo que pasados siete años nada queda ya en mi cuerpo de la materia que formaba mi cuerpo siete años atrás;... y sin embargo “mi cuerpo” sigue siendo “mi cuerpo”, yo sigo siendo yo,... aunque la materia concreta que “fue” mi cuerpo, ahora ya no tenga nada que ver conmigo... Así que podemos decir que resucito con “mi” cuerpo,... aunque mi “cadáver”, - que fue, pero que ya no es “mi cuerpo”-, se quede ahí... Volveremos sobre este tema en la charla siguiente)...

 

* Otra precisión, que de hecho va implícita ya en lo que acabamos de decir: No esperamos poder vivir en plenitud en un lejano “fin del mundo”... Estamos llamados a vivir en plenitud, desde el momento mismo de nuestra muerte... que es nuestro verdadero nacimiento... “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” – le dice Jesús al ladrón crucificado con él (Lc 23, 43)... Mi vida no se interrumpe con la muerte, para reiniciarse más tarde;... (como tampoco la vida se interrumpe en el parto, para reiniciarse después);... sino que en mi muerte, mi vida llega a plenitud : A través de la muerte, yo (todo yo) nazco definitivamente, acabo de nacer, llego a vivir en plenitud;... porque el amor con que me ama el Padre Dios no se interrumpe : me sigue vivificando,... y, al fin, consigue darme vida, darme a luz, vivificarme plenamente... “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; para él todos siguen viviendo” – dice Jesús (Lc20, 38).

En el evangelio de San Juan, a Marta – que esperaba la resurrección simplemente para un lejano “último día” según la creencia del grupo fariseo (Jn 11, 24) -, Jesús llega a decirle: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá; pues todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn 11, 25-26).

 

Hay una muerte; llamémosla, por llamarla de alguna manera, física? biológica?;... la mayoría de las veces dolorosa, por lo que supone de destrucción biológica, y por lo que supone de ruptura... Esto comporta también un cambio radical del modo de vida... ¡Sí!... Pero la persona no muere (: ¡la persona!; no digo sólo el alma, sino ¡la persona!)... La persona no muere... Yo no muero,... sino que eclosiono en todo mi ser, nazco plena y definitivamente, llego a ser plenamente yo mismo,... plenamente vivificado por el amor con que estoy siendo amado por el Padre Dios.

La muerte es el fin de la vida, sólo si entendemos la palabra “fin” en el sentido de “meta alcanzada” : “¡Al fin he llegado!... ahora ya soy plena y totalmente yo mismo, y empiezo a vivir de verdad”... “¡Al fin el amor con que soy amado por el Padre Dios lo ha conseguido!”...

 

Por eso muchos teólogos hablan de “resurrección” en la misma muerte, en el mismo momento de la muerte... (Ya sé que no todos presentan las cosas así. Pero a mí, después de haberlo reflexionado, me parece lo más conforme con el mensaje evangélico)... “La idea de resurrección inmediata no sólo no es incompatible con los datos de la revelación bíblica, sino que representa su interpretación más sólida y adecuada. La concepción antropológica que considera la muerte como separación de cuerpo y alma, y la resurrección escatológica como reanimación final del cuerpo, (que se ha presentado como un contenido irrenunciable de la escatología cristiana, pero que – añado yo – refleja más bien una concepción filosófica platónica), no es común en el Nuevo Testamento, ni representativa de la primitiva tradición patrística” (J Mª Hernández: “La Asunción de María, paradigma de la escatología cristiana” en Selecciones de Teología). Se podrían citar otros muchos grandes teólogos. Por ejemplo, J.M. Castillo dice : “Lo que llamamos muerte no es propiamente una muerte, sino una transformación o mejor dicho: una resurrección”...(Recordad lo que dice el Prefacio oficial de la Misa de Difuntos: “Porque, para los que creen, la vida no termina, se transforma, y deshecho nuestro cuerpo mortal, se nos da en los cielos un cuerpo imperecedero”)... Y el mismo Castillo añade: “Se puede decir con todo derecho que la resurrección acontece en el mismo momento de la muerte”.

 

            Lo cual no es óbice para que sólo en lo que solemos llamar el “fin del mundo” (que en realidad significa la plena floración, el acabar de nacer, la plena glorificación de todo el Universo) se realice en plenitud nuestra total comunión con esa “creación entera, que –como dice San Pablo en Rm 8, 19-22-, gime hasta el presente y sufre dolores de parto”...

Quizás en otra ocasión podamos hablar de este tema.

 

Por el momento, quisiera insistir sobre esta buena noticia =

No nacemos para morir... Morimos, ¡para vivir!

Y nuestra muerte, en realidad es nuestro verdadero nacimiento.

 

EL GRANO DE TRIGO “MUERE” PARA GERMINAR

 

            & Algo de lo que decíamos en las charlas anteriores, lo veo yo reflejado en esta frase de Jesús : “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, seguirá siendo un solo grano (nada más que un simple grano de trigo); pero si muere, dará fruto abundante” (Jn 12, 24).

            El grano sembrado en tierra, aparentemente muere y se pudre....

            Pero en realidad, es entonces cuando de verdad el grano de trigo llega a realizarse a sí mismo, a dar de sí todo lo que es, a vivir;... porque es entonces cuando empieza a germinar, a desarrollar todas sus potencialidades, a convertirse en planta, a florecer y a dar fruto...

 

            Así es nuestra muerte : Aparentemente, ¡el final de todo!... En realidad, ¡el principio de la plena realización de mí mismo, en todos los aspectos de mi ser personal!, ¡el comienzo de la germinación de todo lo que de vida hay en mí!...

            Por eso, en ese mismo discurso en que nos habla de la semilla de trigo, Jesús presenta su muerte (y la nuestra) como el momento de la glorificación: “Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado” (Jn 12, 23 (ver también 27-28, y 25 para nosotros)...

 

Eso no nos hace olvidar la tragedia que es la muerte... Jesús mismo la vive al pensar en su muerte; de tal manera que en este discurso en el que nos habla del grano de trigo que tiene que morir en tierra, añade también : “siento en este momento una angustia terrible” (Jn 12, 27)... Pensemos también en Getsemaní, y en el Calvario... Y en sus lágrimas ante la tumba de su amigo Lázaro muerto (Jn 11, 33-35. 38)... Sin olvidar pues la tragedia que es la muerte, la fe me abre perspectivas maravillosas, por increíbles que parezcan a primera vista : NO NACEMOS PARA MORIR... MORIMOS ¡PARA VIVIR!... Y AL MORIR ES CUANDO NACEMOS DE VERDAD...

 

            & Podríamos decir que, en la etapa actual de nuestra vida, nos estamos formando como semillas,... para poder germinar en el momento de nuestra muerte... El Padre Dios nos acompaña constantemente en este proceso. Y su amor es como la sabia y la fuerza interior, que va suscitando, fundamentando, sustentando, empujando nuestro llegar a ser semilla lozana y fecunda...

 

Cuando morimos, - siguiendo con el ejemplo de la semilla -, podemos decir que lo que de verdad se pudre y se pierde en tierra, no es la semilla como tal; sino que es sólo la paja, la cáscara de la semilla, las impurezas que contiene la semilla. = Cuando se entierra a un ser humano, lo que se pudre es todo lo que hay de “paja” en él, toda su debilidad, su sometimiento al dolor, sus alienaciones, sus impurezas y limitaciones; el pecado, el egoísmo, el desamor... Todo eso se pudre... O tomando otra parábola del evangelio de Jesús, también podemos decir que todo lo que hay de “paja”, de anti-vida, de inhumanidad, en nosotros y en nuestra vida, toda esa paja “será quemada”, desaparecerá... (ver por ejemplo Mt 13, 24-30; y en S. Pablo I Cor 3, 12-15)... La “paja” que envuelve la semilla se pudrirá en tierra... Pero no la semilla... El “cuerpo” de la semilla, se transformará, ¡sí!;... pero para convertirse en ÁRBOL...

Todo lo que hay de vida en la semilla que somos, todo eso germinará, y eclosionará... En la muerte, el ser humano germinará, y llegará a ser plenamente lo que realmente es : árbol maravilloso y frondoso, a cuya sombra “pueden anidar las aves del cielo” (cf. Mc 4, 30-32)... Cuando muero, llego a ser plenamente yo mismo;... y entonces es cuando llego a ser capaz de amar de verdad, y de entrar en plena comunión, con Dios, conmigo mismo, con los otros, con el mundo,... puesto que ahora ya puedo ser plenamente vivificado desde dentro por la fuerza del Amor que es Dios. Amor del Padre, que acogemos en el Hijo, gracias al Espíritu Santo...

 

& Sólo nuestro rechazo consciente, definitivo y libre, podría ser un obstáculo, que le podría impedir a ese Dios que es Amor, - y que por consiguiente siempre respeta y respetará la libertad del ser humano -, sólo eso le podría impedir hacer eficaz su Voluntad de hacernos vivir y vivir en plenitud... Sólo eso nos podría impedir de germinar; sólo eso podría hacer que la semilla se pudriera totalmente en tierra, al impedir que el amor del Padre Dios llegue a hacernos germinar, crecer, florecer y dar fruto... Eso sería lo que algunos textos del Nuevo Testamento llaman la segunda muerte, la muerte definitiva...

Dios respeta y respetará siempre nuestra libertad, precisamente porque nos ama y nos trata como personas, y no como objetos... Dios respeta y respetará nuestra libertad y nuestra elección, porque una vida impuesta no sería ya vida, ni sería soportable para nosotros... Dios respeta y respetará nuestra libertad, porque sin libertad no hay posibilidad de una relación de amor... Por respeto y por amor, Dios se deja limitar por nuestra propia libertad; y se atreve a correr el riesgo de que nos cerremos a la fuerza de su amor que nos hace ser y vivir... (¡hasta tal punto nos ama y nos respeta!)... “Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia” (Dt 30, 19).

 

La pregunta es: ¿Existe realmente alguien que rechace de verdad, consciente, definitiva y libremente vivir en plenitud?... Hay personas que dicen rechazar a Dios... Pero ¿Qué rechazamos cuando decimos que rechazamos a Dios?... ¿Rechazamos a Dios; o rechazamos (muchas veces con toda la razón del mundo) al “ídolo” que llevamos o nos han metido en la cabeza?... ¿De verdad rechazamos al Amor y a la Vida?...

 

            En coherencia con la fe en el Amor de ese Padre que siempre tiene los brazos abiertos para acoger al hijo pródigo, que busca la oveja perdida, que encuentra hasta la pequeña moneda perdida entre la basura de la casa (ver Lc 15); “él, que quiere que todos se salven” (I Tim 2, 4);... en coherencia también con el respeto a la dignidad de la libertad de la persona humana,... creo que podemos afirmar y creer que Dios salva y eterniza en la Vida todo lo que hay de “salvable” en cada ser humano,... todo lo que cada ser humano le deja salvar...

Y concretando más : El amor del Padre Dios hará germinar y llegar a plenitud a cada persona, en la medida en que esa persona, en su libertad, ha dejado nacer amor en sí... “El amor procede de Dios” (I Jn 4, 7), y “el amor dura por siempre” (I Cor 13, 8). Lo que hay de amor en cada persona, vivirá para siempre... El amor que vamos acogiendo gozosamente, y el amor que vamos regalando generosamente, está llamado a vivir eternamente. Todo lo que va habiendo de verdadero amor en nuestra vida, ya es Vida Eterna, porque el amor es eterno... Eso es lo que quiere decir la famosa frase: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”... Y lo que haya de amor, ¡florecerá!,... aunque se pudra y desaparezca todo lo demás...

Tenemos la mala costumbre de catalogar a las personas como ovejas o como cabritos, como trigo o como cizaña... Creo que eso no es exacto. Todos nosotros somos en parte ovejas y en parte cabritos (Mt 25, 31-34); todos nosotros somos en parte trigo y en parte cizaña (Mt 13, 24-30)... ¡Lo que hay de trigo, germinará y eclosionará!... ¡Lo que hay de amor, eclosionará en plenitud!

 

& Y viviremos plenamente, viviremos en plenitud... porque la fuerza del amor con que estamos siendo amados por el Padre Dios – y que ya ahora, en el estadio actual de nuestra vida, nos hace vivir, y hace que nos vayamos formando como semilla -, ese amor nos llevará a esa plenitud de vida, hará germinar plenamente todo lo que hay de vida en nosotros... a través de la muerte,... que es inevitable, pero no insuperable para ese Amor...

 

Insisto : No nacimos para morir... Moriremos, ¡sí!... Pero para vivir en plenitud... Plenitud de vida, a la que nos está llevando la fuerza del amor con que estamos siendo amados por el Padre Dios...

 

Plenitud de vida, que concierne – como ya hemos dicho, pero creo que es importante insistir en ello – todos los aspectos y todas las dimensiones de nuestro ser personal : No es sólo nuestra “alma” la que vivirá en plenitud; sino toda nuestra persona... No es “mi alma” la que vivirá en plenitud; sino que soy yo el que viviré plenamente... Por consiguiente, llegaremos a ser plenamente nosotros mismos y a vivir en plenitud, en toda nuestra realidad personal... A pesar de la aparente paradoja, nuestra muerte nos encamina hacia el pleno florecimiento, incluso, de nuestro ser corporal; hacia el pleno florecimiento de toda nuestra persona, en todos sus aspectos: psicológicos, morales, espirituales, etc.; hacia el pleno florecimiento de nuestra relación con nosotros mismos, con los demás, con el mundo, y con Dios... En resumen: Plenitud de vida de la totalidad de nuestra persona...

 

¿CÓMO SEREMOS AL VIVIR EN PLENITUD?...

¿Podemos imaginar lo que seremos?, ¿podemos imaginar cómo seremos?...

 

Quien no conozca más que el grano de trigo, ¿puede imaginar el tallo y la espiga que van a nacer de ese grano?...

Supongamos que una persona no ha salido nunca de su ciudad de “ciencia ficción” como las de las películas, en la que no hay ni plantas ni árboles; y puestos a suponer, supongamos que a esa persona le gustan las almendras... Esa persona conoce las almendras... Pero ¿puede imaginarse el almendro?... Y sin embargo ¿qué es el almendro?... El almendro no es otra cosa mas que una almendra que, sembrada en tierra, ha desarrollado todas sus potencialidades... y se ha convertido en ese hermoso almendro...

Esto no es más que una comparación; pero que quizás nos permita barruntar varias cosas importantes : Primero, que, dado que estamos en el estadio de “semilla”, nos es imposible imaginarnos a nosotros mismos o imaginar a alguien llegado a su estadio de “árbol”... Segundo, que hay continuidad entre lo que somos y lo que seremos, como hay continuidad entre la semilla y el árbol que nace de ella... No seremos “otra cosa” sin relación con lo que somos. Sino que seremos nosotros mismos,... plenamente realizados en lo que somos... La “otra vida” es “esta” vida, que ya tenemos, pero plenamente eclosionada y vivida en plenitud,... en total apertura al Dios que nos hace vivir y ser plenamente nosotros mismos...

San Juan nos recuerda que : “Ya somos hijos de Dios; y aunque no esté manifiesto cómo seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es” (I Jn 3,2).

 

Sobre todo esto San Pablo escribe lo siguiente : “Tal vez alguno preguntará: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Qué clase de cuerpo tendrán?. ¡Es una pregunta tonta! Cuando se siembra, la semilla tiene que morir, para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Dios le da la forma según su voluntad, a cada semilla le da el cuerpo que le corresponde... Lo que se siembra (lo que se entierra) es corruptible, y resucita incorruptible; lo que se siembra es miserable, y resucita glorioso; lo que se siembra es débil, y resucita fuerte; lo que se siembra es un cuerpo animal, y resucita un cuerpo espiritual” (I Cor 15, 35-38. 42-44).

 

Ojo con lo que San Pablo llama “cuerpo espiritual” : En el lenguaje de San Pablo, “cuerpo espiritual” no significa en modo alguno una especie de cuerpo etéreo (como quizás podríamos tener tendencia a imaginar); sino el ser humano entero, ya plenamente animado y vivificado por el Espíritu de Dios, en todos los aspectos y dimensiones de su ser personal... (Recordad lo que decíamos en otra charla sobre el lenguaje bíblico).

 

Según la antigua filosofía platónica (que ha influenciado mucho nuestra catequesis, nuestras explicaciones teológicas y nuestra espiritualidad) el “alma espiritual e inmortal”, que sería la parte importante del ser humano, está encarcelada en una parte material, que sería el cuerpo. En el momento de la muerte del cuerpo, el alma quedaría liberada de las ataduras de la materia, y regresaría al reino de la vida divina y eterna... Por desgracia, durante mucho tiempo hemos predicado más sobre la “inmortalidad del alma” que sobre el amor personal del Padre Dios que nos va llevando a la plena realización de nosotros mismos, a la plenitud de la vida, a nuestra resurrección... 

En el lenguaje bíblico, (que refleja una mentalidad muy diferente de la filosofía griega), la palabra “cuerpo” (:”soma”) no designa a una parte del ser humano que sería la cárcel en la que el “alma” estaría prisionera;... sino que  designa al ser humano entero,... capaz de relacionarse con el mundo y con los otros...

 

Con la expresión “se siembra cuerpo animal, resucita cuerpo espiritual” Pablo quiere decir que el ser humano entero, el ser humano débil : “cuerpo animal”, - muerto y enterrado en su debilidad, sembrado como semilla que todavía no ha germinado ni puede germinar por sí sola -, ese ser humano germina, crece, florece... penetrado y radicalmente vivificado desde dentro por el Espíritu de Dios... Y por eso es Pablo lo llama “cuerpo espiritual” : es el ser humano, en su totalidad vivificado desde dentro por el Espíritu Santo, que es el amor del Padre y del Hijo... (Ver Rm 8 : texto precioso aunque difícil)

 

            No creemos ni esperamos la simple “reviviscencia” o la vuelta a la vida de un cadáver (que sería, en nuestra comparación, como la cáscara de la semilla, que se pudre y cuyos componentes se reintegran a la tierra)... Sino que creemos y esperamos la eclosión total y plena de esa vida que ya vivimos en germen. La plena realización de nosotros mismos. La eclosión y el florecimiento pleno de la totalidad de nuestro ser personal, en todas sus dimensiones y aspectos...

 

Por eso tampoco nos conformamos ni nos podemos conformar con la simple inmortalidad del “alma”... Quedarse en eso sería truncar y traicionar gravemente el mensaje cristiano... (Son bastantes los cristianos que creen más en la “inmortalidad del alma” que en la acción vivificadora y resucitadora de Dios. Pero ese no es el mensaje del Nuevo Testamento ni la fe cristiana; sino más bien una presentación de esa fe en el cuadro de una filosofía concreta y discutible, y que no es la única posible)... No es sólo “el alma” la que alcanza su plena realización en Dios; sino el ser humano entero, incluida nuestra corporalidad. (Por eso en el Credo decimos que creemos “en la resurrección de la carne”)... Soy yo quien seré plenamente yo, en todas las dimensiones de mi persona...

 

Pero es que además, no viviremos eternamente porque el alma sea inmortal y eterna; sino que viviremos eternamente porque eternamente seguiremos siendo amados y vivificados, en todo nuestro ser personal, por el eterno Amor que nos tiene el Padre Dios... Porque el Padre Dios está ahí amándonos personalmente, por eso, no nacemos para morir; morimos ¡para vivir!... y vivir en plenitud, en la totalidad de lo que somos!

 

= Amándonos perseverantemente con ese Amor personal y eterno con que nos está amando en Cristo, y gracias al Espíritu Santo, el Padre Dios está empeñado en hacer eclosionar total y plenamente esa vida nuestra que él nos está ya regalando amándonos ya ahora,... sin que nuestra muerte le sea un obstáculo insalvable...

 

Nuestra vida es eterna, porque el Padre Dios que nos hace vivir a fuerza de amarnos, nos seguirá amando eternamente...

 

Así que lo que llamamos la resurrección – superación de la muerte, victoria sobre la muerte en la misma muerte – es la llegada a Plenitud de esa Vida que ya vivimos en germen, gracias a la fuerza del Amor con que somos amados por el Padre Dios : Plenitud de Vida, ya que el Amor con que somos amados por el Padre Dios vivificará plenamente todos los aspectos de nuestro ser personal, tanto a nivel corporal, físico, material; como a nivel psicológico, moral, espiritual, etc. ... Por la fuerza del amor con que somos amados por el Padre Dios, a través de la muerte (que es “terminar de nacer”, puerta de resurrección), llegaremos a ser y a vivir en plenitud lo que ya hemos empezado a ser y vivir desde ahora, porque ya desde ahora estamos siendo amados por él en Cristo...

Y concretamente: + llegaremos a vivir en plenitud la alegría de sabernos siempre amados; + y llegaremos a estar plenamente vivos, amando gozosamente : amándonos a nosotros mismos, amando al mundo y a la vida, amándonos con cada persona, amándonos con el mismísimo Padre Dios,... totalmente zambullidos en la Comunión de Amor Trinitario que es Dios... (De eso intentaré decir algo en la próxima charla).

 

= Dios es Dios de Vida... Y en Cristo Resucitado podemos descubrir y tenemos la garantía de que el Padre Dios nos quiere llevar y nos está llevando a esa nuestra Plenitud de Vida,...  sin que ninguna de nuestras “muertes” se lo pueda impedir.

 

NO NACEMOS PARA MORIR. MORIMOS, ¡PARA VIVIR, Y VIVIR EN PLENITUD!

 

 

José María Alcober

Misionero de África P.B.