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Arturo Bosque

La destrucción de Líbano: un crimen y un error Por Eliseo Bayo

 

 

El mundo asiste impotente a la metódica destrucción de Líbano. Centenares de muertos, más de un millón de desplazados y las principales infraestructuras del país aniquiladas por el ejército israelí, con clara violación de la ley internacional, anuncian la escalada de un conflicto con el que un puñado de fanáticos dirigentes pretende incendiar el Planeta.

 

Fuentes de Inteligencia que manejan los países occidentales no se recatan en informar que detrás del escenario del ataque de Israel contra el Líbano se desarrolla una muy peculiar guerra que enfrenta ferozmente a los servicios secretos de las principales potencias. El conflicto es global. Literalmente se lucha por lograr el dominio del mundo, pero los competidores son más numerosos que los que lo hicieron en las guerras imperialistas del siglo XIX. Los mismos y unos cuantos más.

El escenario principal del conflicto es Eurasia, territorio del que forma parte el llamado Oriente Medio. Antiguas colonias o territorios colonizados o subyugados, como India, China, Corea y Japón, han conseguido el liderazgo y aspiran a la hegemonía. Conocen profundamente los errores, los vicios ocultos y las debilidades de Occidente. Rusia ha recuperado su papel de árbitro entre las primeras potencias. El mundo anglosajón o más concretamente el conglomerado anglo /norteamericano /canadiense /australiano /neozelandés está en manos del poder que se concentra en la “milla cuadrada” de la que han salido todas las guerras habidas y de la que probablemente saldrá la última, el Armagedón. Morituri te salutant. Todos están armados con poderosos y secretos instrumentos de destrucción masiva.

Algunas de las informaciones de Inteligencia parecen sacadas de una película de acción, pero es sabido que la mayoría de las veces los guionistas se limitan a dramatizar, casi al pie de la letra, lo que ocurrió en la realidad aunque el público no se enterara. No es nuevo. El Gran Juego imperialista del siglo XIX se hizo a espalda del gran público, dejando las acciones en manos de lo que se llamó la “diplomacia secreta”. Todas aquellas conspiraciones a varias bandas, con tres emperadores dirigiendo la orquesta de la que formaban parte los cancilleres y los ministros de todos los países implicados, están ahora en los libros de texto que estudian los aspirantes a la carrera diplomática

Mientras Israel bombardea implacablemente el Líbano se cuenta en círculos estrechos que una fuerza especial militar norteamericana, desplazada desde Irak,  habría tomado el control de las instalaciones nucleares israelíes en Simona, en prevención de que el “incontrolable” ejecutivo israelí pueda hacer uso de las armas que allí se encuentran. Tal medida fue una consecuencia de la actitud del presidente chino Hu haciéndole saber a su colega norteamericano que el bloqueo del Estrecho de Hormuz, como consecuencia de la escalada del conflicto entre Israel y los países islámicos, sería considerado como “casus belli” por el pueblo chino. Bush habría hecho saber al presidente chino y a su colega Putin que estaba dispuesto a “parar a Israel”- impidiéndole la aventura de usar las armas nucleares- y a obligarle a limitar las acciones en el Líbano. En ese caso, se permitiría a Israel disponer de fronteras seguras en el Norte. Se añade a continuación que Israel se ha negado en rotundo a negociar ningún aspecto que afecte a la mínima toma de decisiones políticas y militares por su parte. No es nada nuevo, tampoco.

Israel no acepta mediación alguna. Ni siquiera ha cumplido las ordenanzas de la ONU que le afectan desde la guerra de los Seis Días.

 

Israel ha decidido una vez más jugar unilateralmente su carta imponiendo su decisión a todas las potencias. Una parte del  problema está en saber por qué la guerra es secreta y por qué algunos principales líderes se pliegan a las exigencias de los dirigentes israelíes. La opinión pública mundial está asombrada de la timidez con que se manifiestan los líderes políticos ante cualquier aventura criminal del Estado de Israel. Los mismos círculos generalmente bien informados aluden a algo que tampoco es nuevo. Los servicios secretos israelíes están especializados en conocer los trapos sucios, más bien repugnantes, de muchos políticos en activo que se ven obligados a mirar hacia otra parte. El chantaje no sólo afecta a los políticos occidentales, sino a los propios dirigentes israelíes, como sería el extraño caso de Ehmud Omer que pasó de corrupto estafador de su propio partido a jefe de gobierno por el mismo partido. Esta sería una buena película, pero dudo de que haya un guionista que se atreva a inspirarse en el contenido de esos armarios.

Por lo tanto, dejemos de lado todo esto y vayamos al género menor (que quizás es el mayor, pues afecta a la ética)

 

Debe quedar muy claro que Israel no tiene derecho alguno a exigir que el mundo se pliegue a sus exigencias, entre las que figura no sólo la de justificar el ataque a un país vecino sino además  la obligación de estar de acuerdo con su política interior y exterior.

Los dirigentes de Israel han elegido la estrategia diabólica según la cual no conseguirán la paz ni tendrán fronteras seguras hasta que hayan sido aniquilados todos sus potenciales enemigos. Esa es una locura que perjudicará también a su pueblo que a partir de ahora ya no tendrá derecho a la paz, ni al sosiego. Allá ellos, si sus actos no perjudicaran a otros. Están en su derecho de elegir esa estrategia, pero desde luego no tienen derecho alguno a exigir que el resto del mundo la comparta. Y desde luego no la compartirán todas las personas que ansían la paz y respetan la ley.

 

Debe quedar muy claro que el pueblo judío y los hebreos de todo el mundo no están representados por el gobierno israelí. Es cierto que éste ha sido formado como consecuencia de maniobras políticas electorales que pretenden representar formalmente a la mayoría de los ciudadanos que habitan en aquel país, pero también es cierto que casi la mitad- y en ocasiones más de la mitad- de los ciudadanos no apoyan la política belicista de ese gobierno; grupos cada vez más numerosos repudian esa política. Debe quedar muy claro que la opinión pública mundial tiene derecho a juzgar y a criticar severamente el comportamiento del gobierno de Israel, sin miedo a ser tachada por ello de antisemita o anti judío.

Debe quedar claro que el fundamentalismo de un grupo fanático que comete crímenes contra la Humanidad (acciones de guerra contra ciudadanos inocentes, devastaciones que provocan el desplazamiento de cientos de miles de personas, bombardeos contra las poblaciones)  le hace acreedor de la más severa condena y debe ser llevado ante la ley internacional, pero debe quedar igualmente claro que las acciones criminales de un grupo sectario no llevan a condenar la idea ni la raza de las que el grupo procede.

Los cristianos hemos padecido el mismo mal. Durante una época muy larga de la historia el cristianismo no se impuso por el mensaje de paz y de amor, sino por la guerra, la destrucción y la conquista.  Los cristianos hemos sufrido a nuestros fundamentalistas. Pero el hecho de que existiera la Inquisición, con sus decenas de millares de ejecuciones (políticas) en la hoguera, no condujo a la condena moral de los cristianos. Es más muchos cristianos sufrieron persecución por denunciar los crímenes de los fundamentalistas católicos que entonces dirigían la nave de Pedro. El paso del tiempo, la madurez política, el triunfo de las ideas de libertad y de progreso permiten ahora enjuiciar muy severamente a la jerarquía eclesiástica y no por esto es acusado nadie de partidismo, ni de “crímenes contra la humanidad”, porque se trata de poner cada cosa en su sitio.

 

Del mismo modo, el fundamentalismo islámico que se refugia en sectas para responder con la violencia y matar a multitud de inocentes no debe conducir a rechazar la práctica religiosa de los creyentes musulmanes. La inmensa mayoría de los musulmanes quiere vivir en paz, de acuerdo con sus vecinos y considera que la Guerra Santa es cosa del pasado ( aunque también es del presente, si son provocados a ella, pues todo pueblo, y no sólo el judío, tiene derecho a defenderse y a practicar la guerra justa, según la definió Santo Tomás de Aquino, como respuesta a la agresión).

Por lo tanto, y en consecuencia, en plano de igualdad, los judíos no deben exigir privilegios que puedan ocultar o justificar los crímenes de sus dirigentes.

El hecho de que los judíos hayan sufrido persecución en los tiempos antiguos y en los modernos no justifica de ninguna manera que el Estado de Israel se convierta en una máquina de matar a inocentes.  El “ojo por ojo” y el “diente por diente”, por más que esté así indicado en las Sagradas Escrituras, no obliga al mundo laico y sobre todo no es aceptado ni tolerado por los que piensan que la bárbara costumbre de la ley del Talión fue abolida ya en tiempos remotos por considerar que no resuelva nada, no repone la justicia, no consuela más que a los amargados, y en cambio provoca más ojos sacados y más dientes extirpados. Crean ustedes en lo que quieran pero no impongan a nadie el resultado mortífero de sus creencias. La Ley del Talión es profundamente inmoral y carece de sentido práctico. Sirve también para dar la razón al enemigo de Israel, pues si esta agresiva nación – nacida con la violencia, producida por la violación del derecho ajeno y establecida a través del robo de territorios- pregona su derecho a defenderse sin respetar la ley internacional,  también le asistirá el mismo derecho a sus enemigos. ¿Qué cabe esperar de los padres de los niños libaneses asesinados por los bombardeos? El ojo por ojo pregonado y santificado por Israel, les llevará a matar o a justificar la matanza de niños israelíes. Generalmente las víctimas son más generosas que los verdugos. La inmensa mayoría de las víctimas calla, se acoge a la misericordia divina y no imita la maldad de los que le provocaron tanto dolor. Ojala los judíos pertenecientes a un pueblo tan acostumbrado a sufrir volvieran a dar ejemplo al mundo respetando el principal mandamiento de la ley divina, válido para toda la Humanidad. No matarás.

Eliseo Bayo