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Arturo Bosque

HISTORIAS MARRONES

 

 

La revisión médica

 

Por Arturo Bosque

 

 

Arturo se había hecho un hombre maduro. Empezaba a peinar las primeras canas, entrado ya en la cuarentena. Se había casado, tenía 3 buenos hijos, su trabajo era razonablemente bueno, en fin, se había asentado en aquella áurea mediócritas por la que suspiraban los antiguos.

No obstante, de vez en cuando la vida le regalaba con aventuras que rondaban la tragicomedia, siempre relacionadas con lo que el cuerpo no desea retener. Parecía que un genio juguetón se divertía con él de vez en cuando.

Debía renovarse el carné de conducir. Era preceptiva una revisión médica. Así que Arturo cogió los documentos necesarios y se dirigió al centro donde le iban a realizar las pruebas. Allí encontró a un amigo y se pusieron a charlar mientras esperaban su turno. Había mucha gente. Era cuestión de paciencia. Salió una enfermera.

- A ver.  ¡E1 siguiente!...  ¿Ha traído Ud.  la orina?... Pase, pase.

Arturo se extrañó.

-               ¿Qué orina?, preguntó a su amigo.

-               ¡Hombre! ¿Cómo quieres que te hagan el análisis si no la traes? De todas formas toma un frasco de los que hay allí y ve al vater.

Había cola para el servicio. A muchos les había sucedido lo mismo. Arturo cogió su frasco y esperó.

Cuando le tocó el turno entró en el cuarto. Había una bañera antigua con ducha y una taza de vater con tapa de madera.

- ¿Qué hago aquí dentro?, pensó. No tengo ganas de mear y sin embargo sí que me sentaría muy a gusto en la taza... Las tripas me piden libertad. Pero..., si me siento y descargo ya no podré llenar el frasco... Nada, lo que tengo que hacer es intentar orinar dentro.

Era inútil. Se lo ponía delante, forzaba, pero no salía nada. Si apretaba corría el riesgo de que saliera por detrás lo que no debía. Si no hacía fuerza, no sentía ninguna necesidad.

- Me  presionaré,  pensó, la  vejiga  y  así me  entrarán ganas.

Así lo hizo pero sin ningún resultado. Oía el run-run de los que estaban esperando para entrar.

- Dirán, ¿Cuanto tarda  éste?, pensó. Tal  vez escuchando el ruido de un grifo...

Abrió el de la bañera..., intentó concentrarse... y nada. Tiró de la cadena del vater... y tampoco. Se daba pequeños golpes con los nudillos en la vejiga... Volvió a apretar su bajo vientre.

- ¡Ay! ¡No! ¡Que me sale lo que no debe!

Entre tantas maniobras y esfuerzos, en vez de ganas de orinar le entraron unos irreprimibles deseos de descargar.

Cerrando la tapa del vater se sentó apretándose contra ella para evitar que le saliera nada.

Empezó a reflexionar: por una parte había gente detrás de la puerta esperando que él saliera, por otra allí dentro no adelantaba nada. Estaba en un círculo vicioso. Debía encontrar rápidamente una solución.

- Si descargo, pensó mientras cerraba con fuerza todos sus esfínteres, ya no podré llenar el frasco y no me podrán hacer el análisis. Sin embargo no puedo esperar más... ¡Hombre! Se me ocurre una buena idea. Al evacuar por detrás siempre se produce una relajación y, a su vez, brota algo de orina. Si lo hago de tal forma que al mismo tiempo me pongo el frasco delante mataré dos pájaros de un tiro.

Arturo levantó la tapadera del vater, se bajó los panta­lones hasta la rodilla, se puso ligeramente en cuclillas y mientras con la izquierda aguantaba los pantalones y el calzonci­llo para que no se le cayeran a los pies, con la derecha sostenía el frasco que iba a recoger la orina. Era una posición muy inestable. Si no colocaba suficientemente detrás su parte trasera no atinaría en la taza y tendría unas consecuencias desastrosas. Si forzaba excesivamente la posición podía caerse hacia atrás. Encontró una posición de equilibrio.

Ya preparado aflojó los esfínteres y cuando con fétido estruendo ya estaba cayendo algo por detrás, se cerró de improvi­so la tapa del vater, perdió Arturo el equilibrio y se sentó encima de la nauseabunda pasta que acababa de producir. Desolado puso delante el  frasco y aún recogió  medio dedo  de  líquido amarillo.

-    La gente está esperando, pensó mientras sonreía sentado sobre algo pastoso, caliente, húmedo y fétido. No tiene ni idea de lo que está aquí sucediendo.

Se limpió como pudo con papel lo más grueso. Después arremetió con la tapa del vater que había quedado como un mura] de Tapies. Tiró de la cadena varias veces. Abrió la ducha y la cerró otras tantas. Acumuló un par de veces agua en la bañera y la vació, para lavarse mejor.

Se empezó a reír él solo, intentando imaginar qué pensa­rían los que estaban esperando fuera al oír los grifos, la ducha, el vaciado de la bañera, los golpes de la tapa del vater, el repetido ruido de la cisterna...

Al final, después de más de media hora salió, limpio y con el frasco en la mano. Nadie le preguntó nada y él tampoco abrió la boca. Se le escapó una sonrisa al dejar pasar al si­guiente.

-    Si supieras lo que ha ocurrido...

 

Arturo Bosque Foz

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